Guillermo Ruiz Pérez
Essaouira, Maroc.
Essaouira, Marruecos.
La experiencia marroquí inevitablemente pasa por picar billetes de bus y pisar las arterias asfálticas magrebíes; del Atlas nevado a una acogedora y pequeña villa pesquera; del flujo acelerado de los mercaderes y zocos de la urbe a la templanza del mar y la costa; del allegro intrépido de Marrakech al adagio de un mercado marinero con oleaje de fondo. Marruecos suena a doble tempo.
Essaouira dista 177 kilómetros de Marrakech y se hace esperar tres horas de autocar. La pista, aunque monótona, ameniza cada vez que atraviesa un poblado y se cruzan miradas entre lugareños y turistas. Desde la carretera se ve cómo copan los frontales de las casas pequeñas ventanillas que hacen de mostradores esperando a nadie. Algunas dunas, pequeñas, se intercalan en el paisaje de autobús, que no es sino el intermezzo entre los cambios metronómicos del país.
En Essaouira, el acceso a la Medina por una de las puertas que atraviesan la muralla da paso a un nuevo movimiento. Bajo el arco portal comienzan a entrecruzarse calles de suelo gris adoquinado y casas blancas desconchadas con motivos azulados en los cantos y ventanas. La comodidad de una calle espaciosa y sin apremiantes vendedores transmite una tranquilidad equiparable a un desperezo matutino; habíamos dejado Marrakech, donde cada paso por los barrios era una escena rápida y cambiante entre puestos de frutas, especias, turistas y motocicletas achatarradas, donde un despiste suponía una exposición total a la feroz vida de aquella bella multiforme ciudad. Esa relajación posterior al desperezo es exactamente el nuevo tempo: marinero, añil y acogedor. Permite, además, recuperar el espacio personal de reflexión, viajero e introspectivo. Las tiendas, alargadas y con techos altos, quioscos, cerámicas, olores nuevos e informes, carnes, aceitunas y demás mercancías podían ser vistas de forma tranquila y cierto compás. Los tenderos, siempre en las puertas, no jalean al paso y aparecen, curiosamente, las primeras librerías, con ediciones despintadas y en francés, en un meritorio esfuerzo de ser compradas. Chiquillos corriendo entre callejas, algunos con mochilas escolares y todos con ánimos de diversión colorean las escuetas y desgastadas fachadas de las casas y sus sombras. De puerta a puerta se desenvuelven bobinas de hilo de los telares que tejen ropajes femeninos de bodas, con bordados dorados al cuello y que cuelgan en pequeños escaparates.
Las calles van menguando a medida que se alejan los conductos centrales, que atraviesan formando cuadrángulos de un lado a otro la Medina y está separado por arcos de piedra rosados. Cada esquina girada estrecha la siguiente vía, hasta alcanzar callejuelas donde el ancho apenas evita el roce de hombros entre viandantes. Explicar tras cuantas esquinas está el hostal sería difícil; cada vuelta del paseo al albergue parecía siempre ser la primera. Aun así, nunca supuso gran problema llegar a él; a veces, se regrese por donde antoje, se intuye que aparecerá tras el siguiente chaflán, y así es. Al final de una estrechez limitada por dos edificios con las piedras a la vista y tan altos que nunca llegaba a iluminarse el callejón, que carecía de salida, siquiera dos palmas separan las entradas de dos hospederías. La puerta del hostal obligaba a agacharse y apenas dar cuenta de la diminuta recepción. Si Mohammed se presentó como ‘Simo’, aunque fue el último día del viaje cuando se desveló que era ‘Simo’ y no ‘Simon’ ‘/Saimon/‘ o ‘Simón’, pues en el lugar parecía usarse siempre un apodo distinto para nombrar al gerente del lugar. Un hombre enjuto, con bigote negruzco, gafas arqueadas y mirada amistosa. Fue de las veces en las que la amabilidad sorprende y era complicado no comparar la insulsa recepción del hostal de Marrakech con la acogedora voluntad de ser un verdadero anfitrión en su casa que mostró ‘Simo’. Orgulloso, muestra el patio central: un espacio compartido por una cocina y barra, mesas, sillas y sofás, al que da cada peldaño de la escalera de caracol y los descansillos de las plantas, con el techo descubierto y el sol como lámpara principal. La estancia se completa con varias habitaciones con literas y un aseo por piso, una escalera que tienta al peligro y una azotea con cocina, tendedero improvisado y pequeño cuartillo de madera con cojines para la siesta. Durante el día, era un sitio tranquilo y sin estridencias.
Gran parte de la jornada se hace enredando actividades por el pueblo y a media tarde, ya puesto el sol, van apareciendo viajeros por el patio, narrando experiencias y encontrando en el otro la razón misma del viaje. La cena es compartida y va precedida y proseguida de risas, intentos musicales y algún atisbo de conversación profunda. Jaime, de Sevilla, y Claudia, de Mérida, viven en el hostal desde hace un tiempo y hacen de anfitriones de españoles. Y aunque la acupuntura en el primero y las bellas artes en la segunda son las profesiones, el ukelele y la percusión no lo son menos. Al conjunto musical formado por unos dodecafónicos sevillanos a la guitarra, al ukelele de Jaime y los bongos de Claudia, se unen esta noche de jueves la voz de Marie, una francesa dedicada a proyectos de orientación medioambiental en colegios de Burdeos, y las maracas ahuevadas de Serge, amigo canadiense taxista que viaja tres meses al año y que acaba de traer aceitunas para todos los viajeros del hostal. El resto de los que conforman la gran mesa donde estamos esta noche intentan seguir el descompasado ritmo y, sobre todo, las risas y diálogos cruzados entre todos. La cena, los instrumentos y el lugar se convierten, un día más, en el atrezzo. Cantamos Stand by me, Three little birds, Blowin’ in the wind y demás estereotipados acordes que todos allí sabíamos.
Afuera llueve. En el último día en Essaouira el tiempo no acompaña, pero importa poco. El viaje son las personas que conoces, con las que comes, ríes y cantas; los viajeros a los que amas y con los que compartes la vida durante un instante perdido en la costa marroquí.
L"expérience marocaine implique inévitablement couper des billets d"autobus et pas à pas Maghrébines artères d"asphalte; Atlas a neigé un charmant petit village de pêche; écoulement accéléré des marchands et des souks de la ville à la tempérance la mer et la côte; adagio allegro Gras Marrakech pour commercialiser un fond d"onde de marin. à double tempo Maroc sons. Essaouira est loin 177 km de Marrakech et est la peine d"attendre trois heures de bus. La piste, si monotone, animé chaque fois à travers un village et des regards entre les habitants et les touristes se croisent. De la route, vous pouvez voir comment monopoliser les fenêtres avant des petites maisons qui font compteurs attendre quelqu"un. Certaines dunes, petit, sont intercalés dans le bus du paysage, ce qui est, mais l"intermezzo entre les changements métronomiques dans le pays. A Essaouira, l"accès Medina à l"une des portes qui traversent le mur cède la place à un nouveau mouvement. Sous l"arc de portail commencer à croiser les rues pavées gris du sol et ébréché maisons blanches avec des motifs bleus dans les chansons et les fenêtres. Le confort d"un spacieux vendeurs de rue sans appuyer transmet un confort comparable à une matinée tendue; nous avons quitté Marrakech, où chaque étape à travers les quartiers était rapide et changeant scène entre étals de fruits, les épices, les touristes et les motos mis au rebut, lorsqu"un licenciement impliqué une exposition totale à la vie rude de cette belle ville multiforme. Ce post-tendu la relaxation est exactement le nouveau tempo: marin, indigo et accueillant. Il vous permet également de récupérer l"espace personnel de réflexion, voyageur et introspective. Les boutiques, allongées et avec de hauts plafonds, des kiosques, des céramiques, de nouvelles odeurs et les rapports, les viandes, les olives et autres produits de base pourraient être vus calmement et vraie boussole. Boutiquiers, toujours aux portes, pas jalean à l"étape et apparaissent curieusement, les premières librairies, avec la peinture écaillée et française, dans un effort louable pour être acheté. Kiddies en cours d"exécution entre les rues, certains avec des sacs d"école et tout humeur amusant pour colorer les façades laconiques et usées des maisons et des ombres. Porte à bobines de porte de fil des métiers à tisser des robes de mariage des femmes, brodés d"or autour de son cou et suspendus dans de petites fenêtres fonctionnent. Les rues diminuent comme les canaux centraux, quadrilatères formant traverser avant et en arrière de la Médina et est séparée par des arcs de pierre rose. Chaque coin tourné près le chemin suivant pour atteindre les larges rues où évitent tout simplement côtoyer parmi les passants. Expliquez après quelques virages est l"auberge serait difficile; chaque trajet de retour à l"auberge semblait toujours être le premier. Pourtant, il n"a jamais voulu de gros ennuis l"atteindre; parfois là où il veut, intuitionne qui apparaissent après la prochaine chanfrein, et il est. A la fin d"une étroitesse limitée de deux bâtiments avec pierres apparentes et si haut que jamais venu à la lumière de la ruelle, qui n"a pas de sortie, même deux paumes deux entrées séparées hôtelleries. La porte de l"auberge et forcé à s"accroupir juste pour tenir compte de la petite réception. Si Mohammed a été présenté comme "Simo", bien que ce soit le dernier jour du voyage quand il a été révélé qu"il était «Simo» et non «Simon "" / Saimon / "ou" Simon ", parce que dans l"endroit semblait toujours utiliser un surnom différent pour nommer le directeur du lieu. Un homme raide avec la moustache noirâtre, lunettes et regard amical arqué. Il était temps que la bonté a surpris et il était difficile de ne pas comparer la réception fade Marrakech maison d"hôtes avec confortable sera un hôte réel dans votre maison qui a montré "Simo". Il montre fièrement la cour centrale: une cuisine commune et un bar, des tables, des chaises et des canapés espace, ce qui donne à chaque étape de l"escalier en colimaçon et les débarquements de plantes, avec le toit ouvert et le soleil comme la lampe principale. Le séjour est complété par plusieurs chambres avec lits superposés et un wc par étage, un escalier qui tente le danger et une cuisine sur le toit, corde à linge de fortune et de petits coussins de Cuartillo en bois pour la sieste. Pendant la journée, il était un endroit calme sans fanfare. Une grande partie de la journée est emmêlement activités par le peuple et l"après-midi, et comme le soleil, les voyageurs font leur apparition autour de la cour, racontant des expériences et de trouver dans l"autre la même raison du voyage. Le dîner est partagé et est précédée et a poursuivi avec des rires, des tentatives de musique et un soupçon de conversation profonde. Jaime, Séville, et Claudia, Merida, vivant dans l"auberge pour un certain temps et faire des hôtes espagnols. Et bien que l"acupuncture dans le premier et les beaux-arts dans le second sont les professions, ukulélé et percussions ne sont pas moins. L"ensemble musical composé d"une guitare sévillane dodécaphonique, le ukulélé Jaime et bongos Claudia, ce soir, jeudi unir la voix de Marie, dédiée aux projets français de l"environnement orientation dans les écoles de Bordeaux, et ahuevadas maracas Serge, chauffeur de taxi ami canadien qui se déplace trois mois par an et que les olives juste apporté pour tous les voyageurs de l"auberge. Le reste de ceux qui font la grande table où nous sommes ce soir en essayant de suivre le temps fort, et, surtout, des rires et traversé entre tous les dialogues. Dîner, instruments et lieu deviennent une journée dans les accessoires. Nous chantons Stand by me Trois petits oiseaux, Blowin "dans le vent et d"autres accords stéréotypiques que tout le monde, il savait. Il pleut dehors. Le dernier jour à Essaouira le temps est pas, mais il importe peu. Le voyage sont les personnes que vous connaissez, avec laquelle vous mangez, rire et chanter; les voyageurs à ceux que vous aimez et ceux qui partagent la vie perdue pendant un moment sur la côte marocaine.